En los campos de fútbol de East Salinas, los jugadores se enfrentan a su incierto futuro - Los Angeles Times
Anuncio

En los campos de fútbol de East Salinas, los jugadores se enfrentan a su incierto futuro

Salinas Soccer

Share via

Sandra Pulido tuvo el tiempo justo después de su turno de limpieza del hospital para hacer la comida favorita de su hijo para la cena más importante de sus vidas. Era la tarde de un miércoles de enero de 2016, cuando el ex entrenador de fútbol de Estados Unidos, Steve Sampson, se sentó a comer enchiladas en la casa de dos habitaciones de la familia, ubicada en East Salinas.

Él estaba allí para convencer a su hijo Dany, de aceptar una beca completa para jugar en el equipo de fútbol de Cal Poly, clasificado como uno de los mejores a nivel nacional.

Toda la noche fue como una película para el mediocampista de 19 años que se encontraba en el centro de la conmoción. Dany vio a la reacción de sus padres mientras enviaba el correo electrónico a la escuela justo allí en la mesa.

Anuncio

“Estaban felices”, dijo. “Era lo que siempre habían querido para mí”.

Esto era un sueño mucho más grande de lo que Sandra alguna vez hubiera imaginado cuando dejó Michoacán, México, hace tres décadas. Su esposo, Samuel, había pasado la mayor parte de su tiempo desde que salió de Guadalajara, trabajando en una planta empacadora de ensaladas en Salinas. Para Dany, cuyos sueños de jugar en este país nacieron en medio de las dos misas dominicales a las que asistía su familia cada semana, era la oportunidad de su vida.

Esas visiones tan claras del sueño americano son raras en la potencia poco conocida donde Dany se convirtió en una estrella: Alisal High, mejor conocida como “el nido de fútbol”. Este sitio es un excelente ejemplo de la lucha del fútbol estadounidense sobre cómo y dónde reclutar y desarrollar talentos.

Mientras que los jóvenes en las cercanías de Silicon Valley y Monterey entrenan con equipos de élite, los jugadores en el equipo totalmente mexicano de Alisal se convierten en los principales contendientes por el título del estado después de aprender a jugar con los papás, tíos y primos que trabajan en el campo.

“Todos los niños juegan”, dijo Mark Cisneros, un maestro que ha entrenado al equipo de fútbol de la selección de Alisal durante los últimos 10 años. “Hay dos formas de demostrar que eres hombre: el fútbol o las pandillas”.

Que Salinas es una de las capitales de asesinatos de California puede ser fácil de olvidar en los pasillos de Alisal. Los adolescentes con tenis Vans y sudaderas con capucha de Thrasher se toman selfies y merodean en el patio después de que suena la campana, igual que en cualquier otra escuela secundaria. La única diferencia es la transición perfecta entre el inglés y el español: “No mames, güey”, educadamente se traduce a “No way, bro”. Aun así, Cisneros, que enseña a los estudiantes expulsados de la clase regular en un tráiler detrás de la escuela, recuerda días como el de 2010 cuando un estudiante de 15 años fue baleado y asesinado caminando hacia la escuela alrededor de las 8 a. m.

Al igual que el fútbol americano o el baloncesto en otros lugares, el soccer a menudo parece ser el camino más claro para salir del East Side. El fértil suelo del Valle de Salinas hace que la migración sea constante en la zona, desde las oleadas de rancheros mexicanos y colonos españoles hace mucho tiempo hasta los Okies de la era de la Depresión en “Grapes of Wrath” de John Steinbeck.

Ahora, una generación después de que César Chávez fue llevado a la cárcel de East Side durante una huelga en los campos de lechuga en 1970, es imposible no ver a los miles de inmigrantes mexicanos que alimentan el apetito de Estados Unidos por las fresas, la lechuga y el brócoli.

Para los jóvenes de segunda generación como Dany y sus compañeros de equipo, es una lucha para estar a la altura de las expectativas de los padres y entrenadores que dieron la vida por tener una oportunidad en Salinas. “Sentimos que le debemos algo a todos”, dijo Enrique Montano, un ex alumno de Alisal, de 25 años, que jugó en la universidad de San José State.

No fue un día en particular cuando Dany se dio cuenta de que no iría a Cal Poly. En el verano había reprobado una clase que necesitaba para poder transferirse del colegio comunitario de Hartnell, donde la mayoría de los jugadores asisten si no tienen las calificaciones para aceptar becas recién salidos de la escuela secundaria. Dany estaba entre los dos tercios de los estudiantes de Alisal que se gradúan sin las clases académicas necesarias para asistir a una universidad de cuatro años. Se enfrentó entonces a la realidad de Hartnell: menos del 1% de los hombres latinos en la escuela se transfieren a una universidad de cuatro años, según muestran los datos estatales más recientes.

Cuando habla de su oportunidad perdida en Cal Poly, la cara juvenil de Dany se arruga, formando líneas profundas en su frente sobre sus pobladas cejas. No fue lo suficientemente responsable en Hartnell, dice. Su madre dijo que la confusión en casa era otro factor. Dany siempre fue el hermano que prefería quedarse en casa y cuidar a sus dos perros o ver un reality show con ella.

Cuando ella y su esposo empezaron a tener problemas en su relación, Dany todavía estaba en la escuela, recuerda Sandra. En las noches, él no la dejaba sola. “Todas las noches lloraba y lloraba”, dijo. “Él estaba allí en la cama conmigo”.

Mientras el sueño del fútbol universitario se esfumaba, Dany recurrió a lo que Cisneros llamó la liga dominical de la cerveza, donde los equipos con listas llenas de antiguos candidatos tienen nombres de los clubes mexicanos de futbol. Dany nunca bebió debido a su devota religión evangélica. El jugador de 20 años comenzó a entrenar jugadores más jóvenes y pensó en conseguir un mejor trabajo para ayudar a sus padres a obtener su crédito para comprar una casa.

Fue una sorpresa para todos cuando se materializó una oportunidad más de convertirse en jugador profesional. Fue justo antes del Día de Acción de Gracias de 2017, cuando un explorador le envió un mensaje de texto sobre la posibilidad de hacer una prueba en Querétaro. La superestrella brasileña Ronaldinho jugó allí unos años antes, pero Dany nunca había estado en esa ciudad. Había visitado el país de origen de sus padres solo para algunos eventos de la iglesia. Aun así, no dudó cuando escuchó la única condición.

“Si te eligen”, preguntó el explorador, “¿estás dispuesto a quedarte?”

Dany tenía dos semanas para prepararse para la prueba en México. Pasó de entrenar al equipo de Alisal con Cisneros a jugar en un verdadero equipo. Los entrenadores del club pagaron su boleto de avión y comenzaron sus trámites como mexicano. Sandra sabía de primera mano que México podría ser implacable, es lo que provocó que casi toda su familia extendida se mudara a California a lo largo de los años, pero su hijo tenía ventajas que ella nunca tuvo.

“Nuestras vidas ya están determinadas”, dijo Sandra acerca de ella y su esposo, ambos fanáticos del fútbol mientras recogen las fotos y las medallas de Dany en su sala de estar. “Me reflejo en él”.

Scouts y entrenadores con lazos con México siempre han tenido presencia en Salinas. Lo que es diferente ahora, dijo Cisneros, es el número de jugadores que toman sus ofertas. Solo en el último año, tres jugadores actuales o anteriores de Alisal han firmado contratos profesionales en México. El más joven fue Jerry Ayon, de 16 años, quien jugaba con ambos equipos menores de 16 y 18 años, pero optó por abandonar la escuela secundaria para jugar en Monarcas de Morelia.

El futbol soccer de Estados Unidos no tiene una idea cercana de cuántos jugadores están jugando en el extranjero, y algunos ni siquiera son contados. La deserción del equipo nacional del nativo de Santa Rosa, de 19 años, Jonathan González, acaparó los titulares en 2017 cuando EE. UU. perdió la oportunidad de participar en la Copa del Mundo. Pero muchos más jugadores binacionales se dejan atraer por el multimillonario laberinto de los clubes de fútbol semi profesionales en ambos lados de la frontera.

Las fronteras internacionales a menudo se difuminan a medida que los jugadores compiten por las oportunidades. Por ejemplo, el mediocampista del equipo nacional estadounidense Joe Corona nació en Los Ángeles y se crió entre Tijuana y San Diego por su padre mexicano y su madre salvadoreña. Ha jugado la mayor parte de su carrera profesional en México para clubes como Xolos de Tijuana y Club América, y jugó para el equipo nacional sub-22 de México antes de unirse al equipo senior de Estados Unidos.

En Salinas, Cisneros y otros se preocupan por lo que sucede cuando las cosas salen mal para los jugadores jóvenes. Estadísticamente es poco probable que lleguen a los niveles más altos del fútbol internacional. Aun así, pueden ver el atractivo en un deporte donde los jóvenes son muy bien cotizados.

“Preferiría que obtuvieran su diploma aquí, pero eso es parte del problema con el sistema estadounidense”, dijo Cisneros. “Para el momento en que terminas la universidad, tienes 22, 23 años. De alguna manera ya pasaste tu mejor momento”.

El amigo y compañero de clase de Dany, Willy Miranda, dejó Alisal para tratar de jugar en México cuando tenía 17 años. Un primo le dijo que podía probar suerte con el Cruz Azul. Pero después del sacrificio de dejar atrás a la familia y la escuela, finalmente se dio cuenta que tenía oportunidades muy limitadas para jugar, por lo que regresó a Salinas y se inscribió en un programa de GED. Terminó, fue a Hartnell y ahora está en la universidad San José State, jugando junto a su hermano menor, Eduardo.

El primo de Miranda, Antonio, fue uno de los primeros jugadores en dejar Alisal para probar en México hace casi una década. Ahora trabaja en los campos de fresas con los padres de Miranda.

“Estuvieron trabajando allí toda su vida. Es realmente difícil”, dijo Miranda. “Lo sé, porque iba con ellos”.

La familia de Dany nunca tuvo tiempo ni dinero para pagar los equipos de la academia ubicados en los suburbios del Área de la Bahía, como San José o Santa Cruz, que están diseñados para canalizar jugadores al sistema estadounidense. Jugó para el equipo del club El Camino de Salinas. Cada año, asistía a exhibiciones como el torneo Alianza de Fútbol organizado por clubes mexicanos que buscaban talentos en comunidades latinas a menudo ignoradas en California, Texas y otros estados.

Cuando era estudiante en la escuela secundaria, Dany fue llamado por el Club Tijuana, pero su padre insistió en que se quedara en Salinas para terminar la escuela secundaria.

El sueño de Dany era hacer su debut profesional en los Estados Unidos, su país de origen, especialmente después de haber sido elegido como el estudiante universitario de tercer año en Hartnell. Para cuando llegó a México, las fronteras no importaban. “Sabía que era mi último recurso”, dijo.

Julio Sánchez dirige el club de fútbol El Camino FC en Salinas. Dijo que estaba entre los “partidarios silenciosos” que pagaron los viajes de Dany a Querétaro y ayudó a navegar la embajada de México en San José. Ex alumno de Cal Poly, hijo de padres mexicanos en Salinas, Sánchez dijo que la universidad siempre es la prioridad para los jugadores jóvenes prometedores. Pero también dijo que esa prioridad no siempre es realista.

“Tenemos que tener una opción para aquellos que sabemos que no podrán seguir la universidad”, dijo Sánchez. “Ahí es donde entran estas conexiones mexicanas”.

Enrique Montano ha visto las ligas menores de cerca tanto en Estados Unidos como en México desde que dejó Alisal. Después de la universidad en San José, se trasladó a Kentucky para unirse al Louisville City FC de la Liga de Fútbol United de la segunda división. Un defensor alto con una cara simétrica y el pelo peinado que evoca la imagen chicana de Ken, el muñeco, Montano tuvo un trabajo como modelo masculino, pero se aburrió de la ciudad.

“No había ni rastro de una auténtica comida mexicana, prácticamente nadie hablaba español”, dijo. “Creo que me sentía muy deprimido”.

En febrero, Montano firmó con el equipo de tercera división en México, el Deportivo Tepic FC en el estado de Nayarit. Creció haciendo viajes por carretera a México para visitar a su familia cada verano y siempre había notado cómo la cultura mexicana era parte de su vida en Salinas. Cuando era estudiante de segundo año en Alisal, la moda de los vaqueros de estilo ranchero empezaba, lo que llevó a la competencia de Western los fines de semana. En realidad, mudarse a México parecía una oportunidad de reubicarse en las Grandes Ligas estadounidenses.

“He oído que la gente va a México, juega en la segunda división y vuelve y tiene una oportunidad de jugar en la MLS”, dijo. Esta primavera, el nativo de Garden Grove, Luis Gil, siguió una trayectoria similar al Houston Dynamo después de jugar un tiempo en el equipo Querétaro FC.

“Esa era la idea”, dijo Montano, “tomar una ruta diferente y regresar”.

Dany tuvo una idea similar cuando, poco antes de cumplir 21 años, junto a un amigo, llegó a Querétaro para probar suerte. Los nervios no solían ser un problema, pero estaba temblando, tanto que ni siquiera podía ponerse las espinilleras. Había docenas de jugadores rápidos y hábiles allí, casi todos de México. El toque de Dany se notó, y estaba seguro de que terminaría en Salinas. No fue así, pero se le encogió el corazón cuando eliminaron a su amigo.

“Ese día me desanimé”, dijo Dany. “Sé lo que se siente cuando otras personas tienen una oportunidad que tú no tienes”.

Querétaro es una pintoresca ciudad enclavada en las montañas del centro de México. Los edificios coloniales de tonos pastel de la ciudad antigua y las calles empedradas están rodeados por una explosión de fábricas extranjeras, nuevos condominios y centros comerciales con productos básicos estadounidenses como Levi’s e IHOP. Dany no sabía nada de eso cuando se mudó allí cinco días antes de la Navidad del 2017.

Los oficiales de fútbol de Estados Unidos a veces sostienen que los jugadores mexicoamericanos se sienten más a gusto en el país del que provienen sus familias, pero Dany se sentía como un estadounidense en México. Vivía con Doña Carmen, una mujer que ayuda a los jugadores de fútbol, y que le hacía las comidas y ayudaba a contactar a su madre cuando estaba sólo en Navidad. Los compañeros de equipo que a veces se burlaban de él por su acento gringo, se iban a sus casas los fines de semana a comer en casa. Dany vivía de California rolls.

En la primavera, sin embargo, fue titular con el puesto 109. Dany bromeaba con sus compañeros de equipo en las prácticas, y su salario en el segundo equipo de $ 10,000 ($ 526) al mes, era suficiente ya que vivía a media hora del centro de la ciudad, en una casa de tres recámaras, una versión suburbana de una casa de fraternidad mexicana. Prefería las transmisiones en español de los deportes de Estados Unidos o leer la Biblia en lugar de asistir a fiestas que se encontraban apenas atravesando la puerta de su habitación.

“No se siente como si estuviera en casa”, dijo Dany. “Esto es otra cosa”.

Otro jugador del equipo esta primavera fue identificado en Los Ángeles cuando trabajaba para un banco y jugaba para una universidad comunitaria. Sergio Buenrostro es un fanático de los zapatos de charol, los relojes dorados y dice cosas como “probablemente soy el mejor bailarín que jamás hayas visto”.

Buenrostro, de 24 años, ha rebotado entre Estados Unidos y México desde que tenía 17 años. No siempre la pasa bien.

“Es una pena cómo nos miran”, dijo Buenrostro. “Nos ven como el eslabón más débil”.

De vuelta en Alisal, la próxima generación de talentos jóvenes e inquietos ha llegado a un punto de inflexión: quedarse o irse. Este marzo, bajo un doble arco iris tan brillante que parecía falso, el equipo ganó el campeonato de II división del Norte de California.

Los jugadores llevaron botellas de jugo de manzana Martinelli como champán y posaron para fotos con sus padres envueltos en mantas con el logotipo del club mexicano Chivas. Un estudiante, cuyo hermano fue asesinado hace unos años, gritó “¡Arriba!” mientras arrojaba Gatorade de naranja sobre Cisneros que tenía los ojos arrasados por las lágrimas.

Media docena de jugadores en el equipo, de entre 15 y 18 años, dijeron que habían hablado con los entrenadores acerca de la posibilidad de ir a México para probar suerte. Dos fueron reclutados antes de irse por la Academia del San Jose Earthquakes. También se habla de un nuevo equipo semi-profesional, el Ville FC, al lado en la ciudad de Watsonville.

Abraham Montano, el hermano de Enrique, de 16 años, y estudiante de último año en Alisal, dijo que consideraría jugar en México o en Estados Unidos. Mejor aún, dijo, Barcelona.

En una tarde de sábado de esta primavera, el joven Montano vestía una camiseta verde del equipo nacional mexicano mientras pateaba una pelota roja, blanca y azul de la MLS contra la pared que su padre construyó en el patio trasero. “No soy 100% mexicano, y tampoco soy 100% blanco”, dijo.

Su hermano también está lidiando con la espada de doble filo del talento binacional después de una crisis financiera en el club de Nayarit que lo llevó brevemente a Tulsa Roughnecks de la USL. Este verano, Enrique decidió tomar un descanso del fútbol para estar con su abuelo enfermo. Mientras tanto, está considerando pasar del modelaje a la actuación.

“Sí, era bueno en el fútbol, pero soy bueno en otras cosas”, dijo el hermano mayor de Montano. “Eso es lo que la gente no siempre te dice”.

La primera temporada de Dany en México terminó con una estrecha derrota en los cuartos de final. Para cuando volvió a la familia y amigos que había extrañado en Salinas durante las vacaciones de verano, comenzó a extrañar su rutina diaria de Querétaro, las comidas en equipo y los ensayos semanales. Se habló de reorganizar, o incluso cortar el equipo de segunda división, pero Dany era optimista. Sabía que no iba a ir a la universidad, pero después de seis meses fuera de casa, sabía que encontraría el camino en cualquier lado de la frontera que estuviera.

“Hay un equipo en Sonora”, reflexionó recientemente sobre un plato de alitas deshuesadas en un restaurante en Salinas. “Pero ni siquiera sé en qué parte de México está ese estado”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio